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Adiós a Antonio Gasalla, el último capocómico

Fue el rey de la risa en la Argentina. En el café concert, sobre el escenario o en la pantalla chica post dictadura, lo suyo siempre fue la creación de una vasta galería de personajes de gestos exagerados, sobregirados, que en su esencia subrayaban una parte de las distintas facetas del ser argentino. Antonio Gasalla, que hoy martes 18 falleció a los 84 años, fue uno de los últimos capocómicos argentinos. Maestro de la sátira, el absurdo y el grotesco, nunca abandonó la transgresión en sus programas o en sus personajes. Ni siquiera cuando, tras la popularidad que alcanzó su Mamá Cora en la película Esperando la carroza, el mainstream lo adaptó y la abuela se sentó en el confortable living de Susana Giménez para cobrar millones: nunca dejó de incomodar a la diva. Gasalla revolucionó el humor televisivo, pasando del under y el teatro concert al mainstream a fuerza de carcajadas y de una fina observación sobre la cotidiana existencia humana argentina.
Antonio Gasalla fue un artista, en el sentido más amplio de la palabra. Hizo de todo: fue guionista (junto a Enrique Pinti y Carlos Perciavalle), descolló como comediante con sus personajes y sus propios programas de sketch humorísticos, y hasta supo componer en la pantalla grande papeles dramáticos con sensible rigurosidad. Trabajó en los sótanos más mugrientos del under porteño de los ’70 y los ’80, triunfó en las grandes salas del teatro argentino en obras del café concert, o piezas tradicionales como actor y director, y alcanzó altos niveles de audiencia con ciclos que hicieron reír y pensar a los argentinos con personajes prototípicos pero siempre críticos. En todos los casos, en cualquier lugar en el que le tocara trabajar, nunca perdió su instinto de correr los límites de lo permitido, con una mirada ácida sobre la realidad argentina con la que expresaba su inconformidad permanente con lo convencional.
“Mi humor se fue perfilando con el paso del tiempo y acabó por emparentarse con el grotesco, con esa cosa esperpéntica”, reflexionó Gasalla hace tiempo. “Es un humor que se funda en la observación de la realidad, pero sometido a una vuelta de tuerca muy extensa, exagerada y muy cruel, seguramente. No todos mis personajes, pero sí algunos, tienen una actitud desaforada, son víctimas y victimarios a la vez, siempre en situaciones límite. Son parte de nosotros, me parece, de los argentinos.”
Como si fuera el creador de un espejo de la realidad nacional un poco deformado, un tanto brutal, pero que nunca llegaba al cinismo, Gasalla entendió que el humor era la mejor herramienta para reflexionar sobre el ser argentino, con sus pesares, traumas y taras. Inconformista con lo instituido desde el mismo momento que abandonó el tercer año de la carrera de Odontología para darle cabida a lo único que lo conmovía en su vida: la expresión artística. Pese a la resistencia de su propia familia (la leyenda cuenta que su padre lo desheredó al enterarse del camino que quería seguir), el joven Antonio se inscribió en el Conservatorio de Arte Dramático, estimulado por las películas que veía desde adolescente en los cines de Ramos Mejía natal, donde había nacido el 9 de marzo de 1941.
“Hay mucha gente diciendo cosas más o menos serias, pero por ahí a través del humor se puede decir lo mismo pero más profundamente -le contó a este diario hace años-. Aunque al humor generalmente se lo menosprecia, nunca se le prestó demasiada atención: durante el Proceso los humoristas seguimos trabajando. En general, se piensa que un mensaje dramático y serio es algo mucho más profundo. Yo creo que es al revés. Lo peor que le puede pasar a un poderoso es que se le rían.”
La trayectoria de Gasalla tuvo dos momentos bien definidos. En los ’70, tras patear el off, el pop art y el Instituto Di Tella, formó parte del under porteño y fue una de las primeras figuras del teatro concert. Allí, descolló en su dupla con Carlos Perciavalle, en un dúo que brilló en el escenario y cuya amistad se resquebrajó años más tarde, hasta la reconciliación alcanzada en el último tiempo. Junto al actor uruguayo se consagraron en el teatro concert, con quien comenzó en 1966 con Help Valentino (junto a Edda Díaz), donde en un ático de un edificio cerca de Retiro comenzaban a mostrar esa clase de humor oscura e hilarante que luego llevaron a la calle Corrientes. La dupla hasta llegó a grabar un disco musical y de humor, Yo no…¿y usted?, que se puede escuchar en Spotify. También sufrieron la censura: su espectáculo El gen argentino en el Maipo fue prohibido por la última dictadura cívico-militar.
En esos años, a medida que su nombre se hacía más conocido, Gasalla empezó a mostrar su talento como capocómico en el teatro de revista, instalado en el Maipo como guionista, productor y director de sus propios espectáculos. Gasalla for export, Abajo Gasalla (con Cecilia Rosseto, Gabriela Acher, Nené Malbrán y Mirta Busnelli), Gasalla 77 (con Amelita Vargas), Gasalla y Corrientes y Maipo made in Gasalla fueron algunos de los títulos que encabezó con su apellido en la marquesina como marca registrada. No solo su veta como comediante supo mostrar por entonces: en la pantalla grande, un muy jovencito Gasalla tuvo su papel en La tregua, una de la grandes películas del cine argentino, interpretando al oficinista. Eran tiempos donde ya se destacaba por su enorme capacidad para interpretar todo tipo de personajes, y por una sensibilidad para la observación social y humana de los argentinos a la que no le temblaba el pulso a la hora de exponer su hipocresía. Por entonces, los guiones los escribía con Perciavalle y con otro que supo destacarse en la metier: un tal Enrique Pinti.
Tras la dictadura y la libertad cultural que trajo la democracia, Gasalla se consagró definitivamente como uno de los grandes humoristas del país. Su recordada interpretación de Mamá Cora en Esperando la carroza (1985), esa película que con el tiempo se iba a transformar en una foto de la familia argentina, le dio una popularidad de la que el actor se valió para hacer lo que siempre hizo pero con la penetración masiva que le iba a permitir la pantalla chica. Allí fue cuando alcanzó niveles de popularidad insospechados tiempo atrás, revolucionando el humor televisivo con programa propio y personajes desbordados que denotaban su fina y cruel mirada sobre las costumbres más arraigadas de los argentinos.
Tanto en El mundo de Antonio Gasalla, a fines de los ’80, como en El Palacio de la risa, a comienzos de los ’90, Gasalla supo aprovechar la bienvenida que le daban en el viejo Argentina Televisora Color (ATC) para continuar haciendo ese humor tan ácido como oscuro. Llevó a la pantalla chica parte de los personajes que hacía en el teatro y sumó otros nuevos, construyendo una galería de personalidades siempre femeninas que ya forman parte del ADN argentino. Flora, la empleada pública que estaba siempre de malhumor, fue una de sus creaciones que más se recuerda. Su grito de guerra “¡Atráaaaaaaaaaasss! ¡Se van para atrás! ¡Atráaaaaaaaaaaaassss!” es aún hoy un código generacional para los argentinos que vivieron y sufrieron las privatizaciones de las empresas estatales en los ’90. Una empleada pública que recibía a los famosos en la recepción de la Casa Rosada acompañó la ola privatizadora, pero permitiéndose ser muy crítica del presidente y de la cultura de la pizza con champagne de aquellos años.
No fueron sus únicas creaciones. La insoportable y angustiada Soledad Dolores Solari, la periodista chimentera Bárbara Don’t Worry, las hermanas Malabuena, la maestra Noelia y su desaliñado maquillaje, la millonaria Mecha, Matilde y sus desopilante familia, o su Inesita fueron algunos de los tantos personajes que construyó y que -aún en su gruesa caricatura- todos los argentinos alguna vez reconocieron en su vida real. “Trabajo los personajes desde un concepto. Si para cada personaje estuviera observando a alguien, tendría que volver a esperarlo todo el tiempo”, subrayó el humorista sobre la manera en que les daba forma a sus criaturas. “Me propuse en un momento que si hay democracia la voy a usar y decir lo que se me da la gana… con los límites del sentido común.”
–¿Qué cosas no se anima a decir?, le preguntó Página/12 a comienzos de los ’90.
–Creo que nada. Hoy en día hay personajes que dan pie todo el tiempo para que uno les haga una broma. Hay cosas que van más allá de la ficción y que son difíciles de inventar. Tener a María Julia manejando el medio ambiente es una ironía que no se le ocurre ni a Woody Allen. Sin embargo ella está llena de visones hablando de ecología.
–¿Sus personajes son referencias públicas constantes?
–Los personajes me superan. No hay cola de empleados públicos en donde no se haga referencia a las empleadas de Gasalla. O como Soledad o La Vieja, siempre hay alguien que tiene una madre, una tía, una prima. Son prototipos. Yo trabajo más sobre una idea, sin que sean copiados de una sola persona. Uno es un pedazo de cada cosa de lo que hace.
Más allá de su indudable talento, el valor cultural de Gasalla trascendió a sus criaturas. Un aporte tan o más destacado que su interpretaciones fue la de haberle dado lugar en sus programas de ATC a una enorme cantidad de actores y actrices del off, que hasta es momento eran desconocidos para el gran público. Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese, Atilio Veronelli (con quien escribía los guiones de los sketches), Verónica Llinás, Norma Pons, Juana Molina, Daniel Aráoz y Vivian El Jaber llegaron a la pantalla chica gracias a su convocatoria. Su padrinazgo fue clave para que las mentes más creativas y disruptivas de la escena del under porteño aterrizaran y sacudieran a la TV argentina. Y para que ese humor corrosivo, incómodo, sea aceptado por la por entonces pacata sociedad argentina. Gasalla no solo los visibilizó: su elección legitimó una manera de hacer humor y le dio popularidad.
Esa aceptación definitiva de la industria del espectáculo nacional iba alcanzar su punto máximo cuando con su Mamá Cora se sentó durante años en el living de Susana Giménez, el lugar más representativo del establishment local. La Abuela fue un personaje a partir del cual supo decir cosas que incomodaban a la conductora, en uno de los programas más vistos de la TV argentina, en el canal líder. Porque Gasalla nunca se arrodiló ante el mainstream: fue la industria televisiva la que se adaptó y se resignó ante ese humor que hacía reír pero también reflexionar. En su estilo, la crítica ideológica sobre algunos aspectos se volvía intrínseca a sus personajes, apuntando desde la burocracia hasta el buen decir televisivo.
Gasalla nunca hizo humor político. “Por cierto que opino a través de mis personajes, que me expongo -reconoció en una entrevista-. Pero comentar la política cotidiana exige leer todos los diarios, todos los días, y yo no soy capaz de recordar el elenco de ministros y secretarios. No podría, no me interesa. La política, las declaraciones del día, como recurso humorístico se agota rápidamente, al segundo. Lo escribís hoy, lo tenés que decir mañana y ya pasó. Y, de pronto, cuando hacés un humor tan enganchado con la coyuntura te supera la realidad. Hay cosas que uno lee que ya están redonditas, no hay que agregar ni quitar una palabra, y te hacen reír.”
El nuevo siglo lo encontró subido al escenario, con puestas como Gasalla y Perciavalle en el Broadway, Picadillo de carne, Monólogos de la endorfina, Cristina en el país de las maravillas y Gasalla Nacional, donde siempre se la ingeniaba para generar la carcajada y los aplausos de la platea, pese al cuestionamiento sobre el estado de cosas de los argentinos y el mundo. Tuvo, además, un recordado y destacado protagónico cinematográfico en Dos hermanos, la película de Daniel Burman y que coprotagonizó junto a Graciela Borges. Sin embargo, el último gran éxito de su carrera fue con Más respeto que soy tu madre, la obra que en 2009 Gasalla protagonizó y adaptó del blog del escritor Hernán Casciari. Una interpretación genial que le permitió colgar a diario el cartel de “no hay más localidades” durante casi cuatro años, en escenarios de Buenos Aires, Montevideo y Mar del Plata.
Tras ser diagnosticado hace unos años con demencia senil y un estado de salud que lo tuvo a maltraer, Gasalla partió de esta dimensión el mismo día en el que murió Niní Marshall, otro ícono del humor argentino. Con su muerte, se va un artista que desde el humor se pasó toda su vida averiguando cómo somos los argentinos. Nos examinó y nos expuso ante nuestras propias taras. No sin cierta crueldad, se rió mucho de nosotros. Y nos permitió reírnos a carcajadas de lo que reflejó ese espejo impuro al que nos expuso con sus criaturas. Tan lejanas y tan cerca de lo que somos.
Fuente: Página 12
Nacionales
María Becerra fue operada de urgencia: qué le pasó

Desde las redes sociales de María Becerra, su equipo informó que la cantante debió ser operada de urgencia tras sufrir nuevamente un embarazo ectópico.
En detalle.
En el comunicado de la artista revelaron que en las últimas horas tuvo que ser operada de urgencia tras sufrir una «hemorragia interna con riesgo de vida» producto de un embarazo ectópico. Esto mismo le había ocurrido en septiembre de 2024. Un embarazo de este tipo significa que se produjo fuera del útero, por lo que el óvulo no puede desarrollarse a término, y además esto puede ocasionar riesgos para la madre. Por lo pronto, Becerra se recupera en la Clínica Zabala, ubicada en el barrio porteño de Belgrano, y todas las actividades profesionales, tanto suyas como las de su pareja, el cantante J Rei, quedaron suspendidas «hasta nuevo aviso».
Cita.
«Mari salió sana y salva de la operación, con todo lo que eso implica. Luego de pasar por terapia intensiva, hoy se encuentra estable, en recuperación y en reposo. Este es un proceso de sanación profundo, que requiere tiempo, cuidados y mucho amor. En este momento, su bienestar físico y emocional es la única prioridad».

Fuente: CORTA
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Sepulcro «sencillo» y sin decoración: qué dice el testamento del Papa Francisco

Tras la muerte del papa Francisco, el Vaticano publicó hoy su testamento. Qué dice el documento que el Santo Padre había escrito en 2022.
En detalle.
«Sintiendo que se acerca el fin de mi vida terrena y con viva esperanza en la Vida Eterna, deseo expresar mi voluntad solo respecto al lugar de mi sepultura», comienza el texto escrito por Su Santidad. A continuación, los pedidos del papa Francisco.
- «Pido que mis restos mortales descansen en espera del día de la resurrección en la Basílica Papal de Santa María la Mayor».
- «Deseo que mi último viaje terrenal concluya precisamente en este antiguo santuario mariano, donde fui a orar al inicio y al final de cada Viaje Apostólico para confiar con confianza mis intenciones a la Madre Inmaculada y agradecerle su cuidado dócil y maternal».
- «Solicito que mi sepulcro sea preparado en el nicho de la nave lateral entre la Capilla Paulina (Capilla de la Salus Populi Romani ) y la Capilla Sforza de la citada Basílica Papal como se indica en el documento adjunto».
- «El sepulcro debe estar en la tierra; sencillo, sin decoración particular y con la única inscripción: Franciscus«.
- «Los gastos para la preparación de mi entierro serán cubiertos por la suma del benefactor que he dispuesto que sea trasladada a la Basílica Papal de Santa María la Mayor y de la cual he dado instrucciones oportunas a Mons. Rolandas Makrickas, Comisionado Extraordinario del Capítulo Liberiano».
Profundizá.
Además.
El papa escribió su testamento el 29 de junio de 2022. En dicho año su salud presentó varias complicaciones que lo llevaron a usar distintos elementos para trasladarse como una silla de ruedas, bastón y andador debido a un dolor persistente en la rodilla derecha.
Cita.
«Que el Señor dé la recompensa merecida a quienes me han amado y seguirán orando por mí. Ofrecí al Señor el sufrimiento que se hizo presente en la última parte de mi vida por la paz en el mundo y la fraternidad entre los pueblos», concluyó el testamento de Bergoglio.
Fuente: CORTA
Nacionales
El último mensaje del papa Francisco: qué dijo antes de morir

Horas antes de su muerte, el papa Francisco dejó definiciones religiosas y políticas. En el marco de la misa por la celebración de Pascuas, saludó a los fieles en la plaza de San Pedro y le cedió la palabra al cardenal Angelo Comastri, que leyó su mensaje denominado urbi et orbi (traducido como «a la ciudad de Roma y al mundo entero», una forma de indicar que lo dicho por él se extiende a todo el mundo). «Nuestra existencia no está hecha para la muerte, sino para la vida», escribió al compartir el mensaje en la cuenta papal en X, que ahora pasó a modo «vacante».
Por qué importa.
El texto, leído por Comastri, es hasta ahora el último escrito conocido de Francisco antes de morir. Fue un mensaje contra la violencia y la guerra, especialmente en Medio Oriente, y a favor del desarme y del derecho de los migrantes.
Qué escribió en X.
«¡Cristo ha resucitado! En este anuncio está contenido todo el sentido de nuestra existencia, que no está hecha para la muerte sino para la vida», posteó junto al link con su mensaje completo. Antes, escribió que «en la pasión y muerte de Jesús, Dios ha cargado sobre sí todo el mal del mundo y con su infinita misericordia lo ha vencido; ha eliminado el orgullo diabólico que envenena el corazón del hombre y siembra por doquier violencia y corrupción» y subrayó: «Quisiera que volviéramos a esperar en que la paz es posible».
Profundizá
Urbi et orbi: las claves.
En su mensaje principal, el papa mencionó los conflictos entre Palestina e Israel, las tensiones en Líbano y en Siria, la crisis humanitaria en Yemen, la guerra en Ucrania, el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, las disputas territoriales en los Balcanes occidentales y la violencia en la República Democrática del Congo, Sudán y Sudán del Sur, el Cuerno de África y la Región de los Grandes Lagos.
Sus principales definiciones:
- ¡Cristo ha resucitado! En este anuncio está contenido todo el sentido de nuestra existencia, que no está hecha para la muerte sino para la vida. ¡La Pascua es la fiesta de la vida! ¡Dios nos ha creado para la vida y quiere que la humanidad resucite! A sus ojos toda vida es preciosa, tanto la del niño en el vientre de su madre, como la del anciano o la del enfermo, considerados en un número creciente de países como personas a descartar.
- Cuánta voluntad de muerte vemos cada día en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo. Cuánta violencia percibimos a menudo también en las familias, contra las mujeres o los niños. Cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes.
- Quisiera que volviéramos a esperar y a confiar en los demás —incluso en quien no nos es cercano o proviene de tierras lejanas, con costumbres, estilos de vida, ideas y hábitos diferentes de los que a nosotros nos resultan más familiares—; pues todos somos hijos de Dios.
- Quisiera que volviéramos a esperar en que la paz es posible.
- Allí donde no hay libertad religiosa o libertad de pensamiento y de palabra, ni respeto de las opiniones ajenas, la paz no es posible.
- La paz tampoco es posible sin un verdadero desarme. La exigencia que cada pueblo tiene de proveer a su propia defensa no puede transformarse en una carrera general al rearme.
- Hago un llamamiento a cuantos tienen responsabilidades políticas a no ceder a la lógica del miedo que aísla, sino a usar los recursos disponibles para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y promover iniciativas que impulsen el desarrollo. Estas son las «armas» de la paz: las que construyen el futuro, en lugar de sembrar muerte.
- Que nunca se debilite el principio de humanidad como eje de nuestro actuar cotidiano. Ante la crueldad de los conflictos que afectan a civiles desarmados, atacando escuelas, hospitales y operadores humanitarios, no podemos permitirnos olvidar que lo que está en la mira no es un mero objetivo, sino personas con un alma y una dignidad.
Homilía.
En el marco de la misa, el cardenal Comastri también leyó la homilía de Francisco, en la que convocó a buscar a Cristo «en otra parte». «No se le puede encerrar en una bonita historia que contar, no se le puede reducir a un héroe del pasado ni pensar en Él como una estatua colocada en la sala de un museo», dijo, y llamó a buscarlo «en lo cotidiano, buscarlo en todas partes». «Habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida», señaló.
Mensaje Urbi et Orbi completo
Cristo ha resucitado, ¡aleluya!
Hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua!
Hoy en la Iglesia resuena finalmente el aleluya, se transmite de boca en boca, de corazón a corazón, y su canto hace llorar de alegría al pueblo de Dios en todo el mundo.
Desde el sepulcro vacío de Jerusalén llega hasta nosotros el sorprendente anuncio: Jesús, el Crucificado, «no está aquí, ha resucitado» (Lc 24,6). No está en la tumba, ¡es el viviente!
El amor venció al odio. La luz venció a las tinieblas. La verdad venció a la mentira. El perdón venció a la venganza. El mal no ha desaparecido de nuestra historia, permanecerá hasta el final, pero ya no tiene dominio, ya no tiene poder sobre quien acoge la gracia de este día.
Hermanas y hermanos, especialmente ustedes que están sufriendo el dolor y la angustia, sus gritos silenciosos han sido escuchados, sus lágrimas han sido recogidas, ¡ni una sola se ha perdido! En la pasión y muerte de Jesús, Dios ha cargado sobre sí todo el mal del mundo y con su infinita misericordia lo ha vencido; ha eliminado el orgullo diabólico que envenena el corazón del hombre y siembra por doquier violencia y corrupción. ¡El Cordero de Dios ha vencido! Por eso hoy exclamamos: «¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!» (Secuencia pascual).
Sí, la resurrección de Jesús es el fundamento de la esperanza; a partir de este acontecimiento, esperar ya no es una ilusión. No; gracias a Cristo crucificado y resucitado, la esperanza no defrauda. ¡Spes non confundit (cf. Rm 5,5)! Y no es una esperanza evasiva, sino comprometida; no es alienante, sino que nos responsabiliza.
Los que esperan en Dios ponen sus frágiles manos en su mano grande y fuerte, se dejan levantar y comienzan a caminar; junto con Jesús resucitado se convierten en peregrinos de esperanza, testigos de la victoria del Amor, de la potencia desarmada de la Vida.
¡Cristo ha resucitado! En este anuncio está contenido todo el sentido de nuestra existencia, que no está hecha para la muerte sino para la vida. ¡La Pascua es la fiesta de la vida! ¡Dios nos ha creado para la vida y quiere que la humanidad resucite! A sus ojos toda vida es preciosa, tanto la del niño en el vientre de su madre, como la del anciano o la del enfermo, considerados en un número creciente de países como personas a descartar.
Cuánta voluntad de muerte vemos cada día en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo. Cuánta violencia percibimos a menudo también en las familias, contra las mujeres o los niños. Cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes.
En este día, quisiera que volviéramos a esperar y a confiar en los demás —incluso en quien no nos es cercano o proviene de tierras lejanas, con costumbres, estilos de vida, ideas y hábitos diferentes de los que a nosotros nos resultan más familiares—; pues todos somos hijos de Dios.
Quisiera que volviéramos a esperar en que la paz es posible. Que desde el Santo Sepulcro —Iglesia de la Resurrección—, donde este año la Pascua será celebrada el mismo día por los católicos y los ortodoxos, se irradie la luz de la paz sobre toda Tierra Santa y sobre el mundo entero. Me siento cercano al sufrimiento de los cristianos en Palestina y en Israel, así como a todo el pueblo israelí y a todo el pueblo palestino. Es preocupante el creciente clima de antisemitismo que se está difundiendo por todo el mundo. Al mismo tiempo, mi pensamiento se dirige a la población y, de modo particular, a la comunidad cristiana de Gaza, donde el terrible conflicto sigue llevando muerte y destrucción, y provocando una dramática e indigna crisis humanitaria. Apelo a las partes beligerantes: que cese el fuego, que se liberen los rehenes y se preste ayuda a la gente, que tiene hambre y que aspira a un futuro de paz.
Recemos por las comunidades cristianas del Líbano y de Siria —este último país está afrontando un momento delicado de su historia—, que ansían la estabilidad y la participación en el destino de sus respectivas naciones. Exhorto a toda la Iglesia a acompañar con atención y con la oración a los cristianos del amado Oriente Medio.
Dirijo también un recuerdo especial al pueblo de Yemen, que está viviendo una de las peores crisis humanitarias «prolongadas» del mundo a causa de la guerra, e invito a todos a buscar soluciones por medio de un diálogo constructivo.
Que Cristo resucitado infunda el don pascual de la paz a la martirizada Ucrania y anime a todos los actores implicados a proseguir los esfuerzos dirigidos a alcanzar una paz justa y duradera.
En este día de fiesta pensemos en el Cáucaso Meridional y recemos para que se llegue pronto a la firma y a la actuación de un Acuerdo de paz definitivo entre Armenia y Azerbaiyán, que conduzca a la tan deseada reconciliación en la región.
Que la luz de la Pascua inspire propósitos de concordia en los Balcanes occidentales y sostenga a los actores políticos en el esfuerzo por evitar que se agudicen las tensiones y las crisis, como también a los aliados de la región en rechazar comportamientos peligrosos y desestabilizantes.
Que Cristo resucitado, nuestra esperanza, conceda paz y consuelo a los pueblos africanos víctimas de agresiones y conflictos, sobre todo en la República Democrática del Congo, en Sudán y Sudán del Sur, y sostenga a cuantos sufren a causa de las tensiones en el Sahel, en el Cuerno de África y en la Región de los Grandes Lagos, como también a los cristianos que en muchos lugares no pueden profesar libremente su fe.
Allí donde no hay libertad religiosa o libertad de pensamiento y de palabra, ni respeto de las opiniones ajenas, la paz no es posible.
La paz tampoco es posible sin un verdadero desarme. La exigencia que cada pueblo tiene de proveer a su propia defensa no puede transformarse en una carrera general al rearme. La luz de la Pascua nos invita a derribar las barreras que crean división y están cargadas de consecuencias políticas y económicas. Nos invita a hacernos cargo los unos de los otros, a acrecentar la solidaridad recíproca, a esforzarnos por favorecer el desarrollo integral de cada persona humana.
Que en este tiempo no falte nuestra ayuda al pueblo birmano, atormentado desde hace años por conflictos armados, que afronta con valentía y paciencia las consecuencias del devastador terremoto en Sagaing, que ha causado la muerte de miles de personas y es motivo de sufrimiento para muchos sobrevivientes, entre los que se encuentran huérfanos y ancianos. Recemos por las víctimas y por sus seres queridos, y agradezcamos de corazón a todos los generosos voluntarios que están realizando actividades de socorro. El anuncio del alto el fuego por parte de los actores implicados en ese país es un signo de esperanza para todo Myanmar.
Hago un llamamiento a cuantos tienen responsabilidades políticas a no ceder a la lógica del miedo que aísla, sino a usar los recursos disponibles para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y promover iniciativas que impulsen el desarrollo. Estas son las «armas» de la paz: las que construyen el futuro, en lugar de sembrar muerte.
Que nunca se debilite el principio de humanidad como eje de nuestro actuar cotidiano. Ante la crueldad de los conflictos que afectan a civiles desarmados, atacando escuelas, hospitales y operadores humanitarios, no podemos permitirnos olvidar que lo que está en la mira no es un mero objetivo, sino personas con un alma y una dignidad.
Y que en este Año jubilar, la Pascua sea también ocasión propicia para liberar a los prisioneros de guerra y a los presos políticos.
Queridos hermanos y hermanas:
En la Pascua del Señor, la muerte y la vida se han enfrentado en un prodigioso duelo, pero el Señor vive para siempre (cf. Secuencia pascual) y nos infunde la certeza de que también nosotros estamos llamados a participar en la vida que no conoce el ocaso, donde ya no se oirán el estruendo de las armas ni los ecos de la muerte. Encomendémonos a Él, porque sólo Él puede hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5).
¡Feliz Pascua a todos!
Homilía completa
María Magdalena, al ver que la piedra del sepulcro había sido retirada, salió corriendo para avisárselo a Pedro y a Juan. También los dos discípulos, al recibir la desconcertante noticia, salieron y —dice el Evangelio— «corrían los dos juntos» (Jn 20,4). ¡Todos los protagonistas de los relatos pascuales corren! Y este «correr» expresa, por un lado, la preocupación de que se hubieran llevado el cuerpo del Señor; pero, por otro lado, la carrera de la Magdalena, de Pedro y de Juan manifiesta el deseo, el impulso del corazón, la actitud interior de quien se pone en búsqueda de Jesús. Él, de hecho, ha resucitado de entre los muertos y, por eso, ya no está en el sepulcro.Hay que buscarlo en otra parte.
Este es el anuncio de la Pascua: hay que buscarlo en otra parte. ¡Cristo ha resucitado, está vivo! La muerte no lo ha podido retener, ya no está envuelto en el sudario, y por tanto no se le puede encerrar en una bonita historia que contar, no se le puede reducir a un héroe del pasado ni pensar en Él como una estatua colocada en la sala de un museo. Al contrario, hay que buscarlo, y por esono podemos quedarnos inmóviles. Debemos ponernos en movimiento, salir a buscarlo: buscarlo en la vida, buscarlo en el rostro de los hermanos, buscarlo en lo cotidiano, buscarlo en todas partes menos en aquel sepulcro.
Buscarlo siempre. Porque si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en todas partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida. Él está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros.
Por eso la fe pascual, que nos abre al encuentro con el Señor Resucitado y nos dispone a acogerlo en nuestra vida, está lejos de ser una solución estática o un instalarse tranquilamente en alguna seguridad religiosa. Por el contrario, la Pascua nos impulsa al movimiento, nos empuja a correr como María Magdalena y como los discípulos; nos invita a tener ojos capaces de «ver más allá», para descubrir a Jesús, el Viviente, como el Dios que se revela y que también hoy se hace presente, nos habla, nos precede y nos sorprende. Como María Magdalena, cada día podemos sentir que hemos perdido al Señor, pero cada día podemos correr a buscarlo de nuevo, sabiendo con seguridad que Él se deja encontrar y nos ilumina con la luz de su resurrección.
Hermanos y hermanas, esta es la esperanza más grande de nuestra vida: podemos vivir esta existencia pobre, frágil y herida, aferrados a Cristo, porque Él ha vencido a la muerte, vence nuestras oscuridades y vencerá las tinieblas del mundo, para hacernos vivir con Él en la alegría, para siempre. Hacia esa meta, como dice el apóstol Pablo, también nosotros corremos, olvidando lo que se queda a nuestras espaldas y proyectándonos hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,12-14). Apresurémonos, pues, a salir al encuentro de Cristo, con el paso ágil de la Magdalena, de Pedro y de Juan.
El Jubileo nos llama a renovar en nosotros el don de esta esperanza, a sumergir en ella nuestros sufrimientos e inquietudes, a contagiar con ella a quienes encontramos en el camino, a confiarle a esta esperanza el futuro de nuestra vida y el destino de la humanidad. Y por eso no podemos aparcar el corazón en las ilusiones de este mundo ni encerrarlo en la tristeza; debemos correr, llenos de alegría. Corramos al encuentro de Jesús, redescubramos la gracia inestimable de ser sus amigos. Dejemos que su Palabra de vida y de verdad ilumine nuestro camino. Como dijo el gran teólogo Henri de Lubac, «debe bastarnos con comprender esto: el cristianismo es Cristo. No es, en verdad, otra cosa. En Jesucristo lo tenemos todo» (Las responsabilidades doctrinales de los católicos en el mundo de hoy, Madrid 2022, 254).
Y este «todo», que es Cristo resucitado, abre nuestra vida a la esperanza. Él está vivo, Él quiere renovar también hoy nuestra vida. A Él, vencedor del pecado y de la muerte, le queremos decir:
«Señor, en la fiesta que hoy celebramos te pedimos este don: que también nosotros seamos nuevos para vivir esta perenne novedad. Límpianos, oh Dios, del polvo triste de la costumbre, del cansancio y del desencanto; danos la alegría de despertarnos, cada mañana, con ojos asombrados, al ver los colores inéditos de ese amanecer, único y distinto a todos los demás. […] Todo es nuevo, Señor, y nada se repite, nada es viejo.» (cf. A. Zarri, Quasi una preghiera).
Hermanas, hermanos, en el asombro de la fe pascual, llevando en el corazón toda esperanza de paz y de liberación, podemos decir: contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de nuevo.
Fuente: CORTA
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